Me piden una receta de cocina y otros cuentos by Claudio Montoro

Me piden una receta de cocina y otros cuentos by Claudio Montoro

autor:Claudio Montoro
La lengua: eng
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2020-05-15T00:00:00+00:00


Una noche en el teatro Solís

«Claudio, rey de una tarde, rey soñado,

no sintió que era un sueño hasta aquel día

en que un actor mimó su felonía

con arte silencioso, en un tablado».

Jorge Luis Borges.

Los espejos. El hacedor

Por WhatsApp, el Teatro Solís me invitaba a ver Próximo, del dramaturgo argentino Claudio Tolcachir, con una oferta muy tentadora, casi irresistible: dos entradas por $150. Pero existía una dificultad que considerar. El horario era inusual, inhóspito, cuasi laboral: el martes 21 de agosto a las 18:00 horas.

Yo venía con una carga subjetiva que me condicionaba. El fin de semana anterior había estado en Buenos Aires, adonde fui a jugar al fútbol, y me quedé en la puerta de un teatro de la calle Corrientes sin poder ver, del mismo autor, La omisión de la familia Coleman, obra muy alabada por la crítica y con años en cartelera.

La invitación recibida era una segunda oportunidad casi inmediata, una chance de redimir el fracaso en la calle Corrientes. Cada vez que miraba el celular, la invitación del teatro me cantaba sus sirenas, y yo, atado al mástil del trabajo, ni siquiera terminaba de decidir qué hacer.

Estuve todo el martes viendo cómo me organizaba y, cuando mi desidia me hacía pensar que ya había desistido, siendo las 17:47 pensé, como James Bond, que solo se vive dos veces y, sin pensarlo más, salí corriendo encorbatado —literalmente— al Teatro Solís, a cinco cuadras de mi trabajo.

Llegué agitado, exhalando mis pulmones, pero viendo gente en la fila de la boletería. Me esperaban. Otros también se habían decidido sobre la hora, siempre con el temor reverencial, porque el teatro —y los bancos— deben ser de las pocas cosas puntuales que tiene el Uruguay. Mientras normalizaba mi respiración y esperaba en la fila, me di cuenta de que me iba a sobrar una entrada y me pregunté qué destino debía darle. Imaginé un beneficiario anónimo y desconocido que pudiera dar testimonio singular de mi generosidad. En ese afán, escudriñaba las caras del eventual bendecido por la suerte cuando fui interrumpido por un señor mayor, contextura gruesa, campera corta gris, pelo blanco, largo y lacio, que estaba en el perímetro exterior de la fila y tenía un aspecto foráneo a la atmósfera cultural del lugar, con un semblante más de tribuna olímpica del Estadio Centenario que del Teatro Solís, que me preguntó:

—Señor, ¿usted estaba buscando una entrada para comprar?

—Sí —le contesté.

—Dele gracias a Dios, hoy es su día de suerte: me está sobrando una.

—Le agradezco, señor —le contesté y, cuando fui a aclarar que iba por la promoción y que en cuarenta y cinco segundos era a mí a quien le iba a sobrar una entrada, insistió:

—No se preocupe, estoy con mi señora y con mi hija y nos falló alguien; se la vendo al precio que la compré.

—Es usted muy amable —le repliqué—, pero yo pensaba comprar con…

—No se preocupe —me volvió a interrumpir sin opción—, hasta le puedo hacer un descuento.

Quise decirle que no tenía plata —lo que era cierto—, que



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